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Una de sus rituales más comunes lo realizaban los Sábados por la noche. Tanto los hombres como las mujeres se dejaban llevar por el frenesí rítmico y cantaban sin cesar, obedeciendo la orden de los jefes, mientras prometían al Redentor mantener en secreto las enseñanzas de la orden antes de ser castrados.
El zar Nicolás se mostró inflexible con esta secta, deportando a Siberia muchos de sus miembros, mientras que los supervivientes buscaron refugio en los Balcanes, donde según dicen todavía existen algunos núcleos activos.
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